[Vía Fifa.com] Algunos de los futbolistas de Ruanda, con sus uniformes completamente blancos empapados de sudor, se dejaron caer sobre la hierba al final de su segundo partido en el campeonato. Otros miraban con impotencia al cielo. Unos pocos, como el elegante creador de juego Andrew Buteera -foto-, deambulaban por el césped del estadio Hidalgo consolando a sus compañeros abatidos con abrazos afectuosos y susurros de aliento.
"Esto es fútbol y puede ser cruel", señala a FIFA.com el hábil ideólogo, que fue sustituido en la segunda mitad del segundo partido de los africanos en Pachuca. Las Avispas ingresaron en el torneo con una derrota valiente ante Inglaterra. En su segundo compromiso, estuvieron muy cerca de sumar su primer punto en una competición mundial, pero la mala suerte les jugó una pésima pasada: un balón largo del arquero uruguayo Jonathan Cubero fue enviado al fondo de las mallas ruandesas por Leonardo Pais en el minuto cinco del descuento, y dio el triunfo a los sudamericanos.
"Fue muy desafortunado", agregóa Buteera, que juega en el Proline ugandés, en una voz muy suave que apenas se podía oír entre el ruido del motor de los autobuses parados. "Es la primera vez que venimos a un Mundial y perder dos partidos seguidos es muy duro para nosotros", comenta hablando despacio mientras sus desolados compañeros desfilaban junto a nosotros, algunos con los brazos entrelazados, otros con vendajes y paquetes de hielo anudados alrededor de sus heridas.
La afición de la grada
No es ninguna exageración decir que los seguidores de Pachuca, capital del estado central mexicano de Hidalgo, les han tomado afición a los intrépidos ruandeses. Su fútbol desprende un desparpajo que se atrae el favor de los neutrales, y la historia de su llegada al certamen de la Copa Mundial Sub-17 es desde luego conmovedora. "Nos sentimos queridos aquí en Pachuca", desveló Buteera, que se prestó a calmar los ánimos cuando uno de sus compañeros se enfrentó a un futbolista uruguayo demasiado eufórico al oír el pitido final. "El público nos estuvo animando para que consiguiéramos un buen resultado", recuerda.
"Nosotros somos advenedizos, y la gente agradece el trabajo que hacemos, el empeño que ponemos", añadió Buteera, con los cascos en torno a su cuello, en referencia a los cánticos de "¡Ruanda! ¡Ruanda!" que les brindaron los seguidores de Hidalgo y el aplauso de la multitud en pie al término del encuentro. "La mayor parte de la gente solo piensa en el genocicio cuando oye el nombre de Ruanda", musitó al tiempo que bajaba la mirada de sus grandes ojos hacia el suelo.
Un vistazo a la lista del equipo permite entrever la relación de estos bravos muchachos con la turbulenta historia reciente de Ruanda. No menos de 16 de los 23 pupilos del técnico francés que comanda la selección, Richard Tardy, nacieron en aquel fatal y horripilante año de 1994, cuando la nación del este de África se sumergió en un espasmo fratricida que acabó con la vida de casi un millón de personas en el espacio de tres frenéticos meses de violencia. "A mucha gente le parece un milagro que estemos aquí", continúa Buteera levantando la cabeza. "Hablan del genocidio; eso es todo lo que saben de Ruanda. Pero nosotros, como ruandeses, estamos representando a África. Eso significa mucho para nosotros".
Del genocidio a la regeneración
Ruanda no se había clasificado nunca para un certamen de la FIFA, y solo ha alcanzado una vez la fase final de la Copa Africana de Naciones, en 1994. Pero su presencia aquí en México los ha convertido en héroes en su patria, donde son los portaestandartes de la reconstrucción que aspira a extraer un futuro fructífero de un doloroso pasado.
Ruanda albergó los clasificatorios africanos para México 2011, y sus aficionados acudieron a los partidos en gran número, abarrotando el estadio Amhoro de la capital, Kigali, para presenciar, al igual que el Presidente del país, Paul Kagame, la conquista del subcampeonato por parte de la selección anfitriona. "Todos nos apoyaron entonces en la fase de clasificación, y aquí también nos están apoyando", prosigue Buteera, que se ha revelado como uno de los mayores talentos en un equipo que constituye el porvenir del balompié nacional.
"Todos perdimos amigos, familiares, personas importantes en el genocidio", afirma. "Para mí, vestir la camiseta de Ruanda ahora simboliza que estamos avanzando. Somos el futuro del fútbol ruandés, lo estamos sacando adelante", concluye despidiéndose con una sonrisa amable y un apretón de manos antes de detenerse como si de repente se hubiera acordado de algo.
"Y seguimos estando vivos, por supuesto", dice con los ojos centelleantes, pensando de nuevo en el torneo y en su último encuentro en Pachuca contra Canadá. "Perdimos nuestros dos primeros partidos y no hay que darle más vueltas a eso; pero nos queda otro, y aún podríamos clasificarnos para la siguiente ronda. Es posible", sentencia risueño. "Todo es posible".
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