[Por Daniel Pinal] Las gradas nuevamente mostraban un colorido y un ambiente festivo. La gente alentaba al equipo y coreaba el nombre de Lasana. Di las últimas indicaciones y salieron a la cancha. Todo estaba muy lindo, había una ambiente fantástico, pero en el campo de juego había un solo dominador, el equipo visitante, que manejaba el partido y no dejaba tocar la pelota a mis muchachos. Ni con la entrada de Lasana se pudo revertir el partido que terminó en goleada 5 a 0 para el FC Kallon. Estaba desilusionado, ya que pensé que podíamos ganar y dar el golpe, pero eso no fue así, estaba ante mi peor racha: 4 derrotas y 1 empate.
No tenia palabras para decirles a mis jugadores, estaba cabizbajo. En un momento levanté la cabeza y vi a los hinchas locales que seguían alegres, cantando y bailando. Pensaba cómo podían estar tan contentos si acabábamos de caer derrotados por goleada. Era algo que yo no comprendía, no entraba en mi ser lo que acababa de ver.
Ese mismo día a la noche, mi amigo trató de animarme, yo no hablé nada en la cena. Luego me animé y le pregunté por qué esa gente seguía alentando, si habíamos perdido por goleada.
-“En esta parte del mundo el deporte es algo diferente, se vive distinto a cómo se vive en Europa o en Sudamérica”, me explicó amparándose en sus más de diez años de experiencia en diversos clubes de África. -“Estoy pensando en renunciar, no alcanzo a comprender esta manera de ver el fútbol y la forma en que se maneja la gente de aquí”, le contesté.
-¿Por qué aceptaste venir a entrenar aquí?-, me dijo luego de meditar unos minutos en silencio.
-Vine porque pensé que sería una experiencia que me iba a cambiar la vida. No estaba dirigiendo y veía una buena chance cuando me llamaste-, le contesté.
-No entendiste nada cuando te dije que te iba a cambiar la vida-, me dijo y se retiró algo molesto hacia su habitación.
Me quedé helado sin entender lo que me había querido decir. Durante la noche no me podía dormir y lo que me había dicho Frank retumbaba en mi cabeza.
Al otro día en el desayuno le exigí que me explicara lo que había querido decir, pero solo me dijo que ya lo entendería. Noté algo extraño cuando nos dirigíamos al club. El camino por el que nos dirigíamos al club no era el habitual.
-Me parece o cambiamos de camino?-, le pregunté entre enojado y sorprendido.
-No estamos yendo al club. El plantel tiene el día libre así que daremos un paseo por la ciudad porque desde que llegaste no tuviste oportunidad de recorrer mucho-, respondió mientras atravesábamos el centro de Freetown.
Durante el viaje pude advertir toda la pobreza de ese pueblo. No me había percatado de eso, estaba tan concentrado en dirigir que no tuve tiempo de detenerme a observar. Sentía que desde que había llegado tuve una especie de venda puesta en mis ojos.
Nos detuvimos en una especie de campo de futbol donde había varias personas. Nos bajamos y Frank me pidió que lo acompañara que me iba a mostrar algo. Caminamos unos metros y vi a varios hombres en muletas en torno a un campo de fútbol.
“Los muchachos que ves ahí están amputados. Esa es una de las consecuencias de la cruenta guerra civil que asotó al país durante muchos años”, me explicó. Cuando no podía salir de mi asombro, oigo el pique de una pelota que se dirigía al centro de la cancha. “No creo que jueguen al fútbol”, pensé en silencio. Me equivocaba. Se pusieron a jugar con sus muletas, alentándose y riéndose, y disfrutando de poder seguir jugando al fútbol a pesar de su condición de amputados. Yo no lograba entender aquella felicidad.
Frank me dejó que observara todo aquello y tras más de media hora emprendimos el regreso a su casa. En el viaje de vuelta fuimos hablando de Sierra Leona y de su gente, de su guerra civil y de todo lo que habían sufrido y que a pesar de eso la gente no se quejaba, vivía alegre y contenta. Ya en su casa me preguntó si había comprendido el porqué de lo que había visto, yo le contesté que creía que si. Esa noche comí sin preocupaciones, era la primera vez que no pensaba en fútbol, sino en lo que había vivido.
Eran las cinco y media de la mañana y nuevamente Frank me levantaba temprano. “Vestite rápido que te tengo que mostrar algo”, me apuró. Partimos rumbo al puerto.
-¿Sabes por qué Lassana llega tarde a los entrenamientos?-, preguntó Frank.
-Sinceramente no, estimo que se quedará dormido-, le respondí.
-Te equivocas. Él todos los días se levanta a las 5 de la mañana y entra a trabajar en el muelle. Como no tiene vehiculo para trasladarse, hace todo el camino a pie y eso lo hace retrasarse-, me dijo.
De repente lo vi a Lassana maniobrando con unas redes y no podía salir de mi asombro. Me preguntaba cómo alguien podía hacer tal sacrificio y entendí que lo hacía por su familia: su mujer y sus 4 hijos. Lo poco que Sanko ganaba en el club no le alcanzaba y por eso tenía este otro trabajo en el puerto. “¿Por qué no deja el fútbol y consigue un mejor trabajo?” le pregunté a Frank que enojado me dijo: “has estado tanto tiempo en una cancha de futbol y todavía no te diste cuenta de lo que se trata, el futbol es para divertirse, alegrar a la gente y aquí en África, es una ayuda para olvidarse de todas las angustias y sufrimientos que padecieron y padecen. Ellos ven al fútbol como a una fiesta”.
Ese día mientras entrenaba pensaba en lo que me había dicho Frank: que el fútbol es para divertirse y alegrar a la gente. Y en el entrenamiento pude ver en el rostro de mis jugadores esa alegría que se siente al jugar al deporte más lindo del mundo.
Veinticuatro horas antes di la lista de los titulares para jugar el próximo partido y para sorpresa de todos estaba Lasana en el once inicial. Muchos no entendían el porqué de mi decisión, tanto es así que Lasana me dijo: “¿Por qué me pone de titular?”. “Yo soy el entrenador y por lo tanto quien toma las decisiones”. Me agradeció y se fue contento con una sonrisa que se salía de su rostro. Enseguida se me acercó mi amigo y me dijo que yo tenia reglas para la gente que llegaba tarde. “Las reglas están para romperse”, le contesté mientras le guiñaba el ojo.
El día del partido lo viví como hacía tiempo no lo vivía. Jugábamos en casa del Old Edwardians y me dejé contagiar por la alegría de la gente. En la charla técnica no aburrí con táctica, ni con indicaciones respecto de las marcas de cada uno, sólo les dije que salieran a divertirse y que jugaran con alegría, muchos se sorprendieron con lo que les decía, pero yo quería disfrutar ese partido. Antes de que salieran a la cancha, hablé personalmente con Lasana. “Jugá como sabés y divertite”, le dije. “No te preocupes”, me contestó.
El partido fue todo alegría y diversión, por primera vez en el campeonato logramos ganar un partido con dos goles y una asistencia de Lasana. Fue el mejor del partido, estaba feliz y contento ya que era algo que pretendía desde mi primer partido. En los vestuarios felicite a mis jugadores y no sé por qué pero abracé a Lasana. Él también me abrazó y los dos nos dimos las gracias, ambos sabíamos cuanto deseábamos un triunfo. Estaba casi al borde del llanto, había vivido el partido desde una forma amateur, había vivido y disfrutado el partido, era una linda sensación que me llenó el alma. No solo por mi sino porque por primera vez desde que había venido a esta tierra comprendí como se sentían las personas de este lugar.
Pasó el tiempo y ese campeonato no lo pudimos conseguir, ya no me importaba tanto ganar, sino que disfrutaba cada partido, lo vivía como una fiesta. Renové contrato por un año mas, ahora ya tengo mi propia casa, decidí quedarme en este lugar y conocer cada vez más a esta gente y sus costumbres.
Hoy la relación con mi ex esposa y mis hijos es muy buena, los invite a que me visitaran y también se quedaron maravillados con las historias que les conté y con mi cambio de vida, verdaderamente fue una decisión acertada la de dirigir en Sierra Leona, fue un verdadero cambio de vida.
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