Patrick Mboma, abanderado de África como capitán de los Leones Indomables y campeón del Torneo Olímpico de Fútbol Masculino Sydney 2000, llegó a la región parisina siendo aún muy joven, procedente de Camerún. Ahora recuerda para FIFA.com su experiencia con el racismo y su visión acerca de esta lacra social y cultural, y también explica cómo se pueden tender puentes entre los distintos grupos.
Patrick, ¿cuáles cree que son las causas de la discriminación y el racismo en el fútbol?
La única causa evidente, en mi opinión, es la manipulación de las personas. El fútbol es un deporte universal, en el que se encuentran todas las clases sociales, razas y sexos. Algunos utilizan a las masas para transmitir mensajes a una población cegada por las ganas de ganar, lo que parece convertirse entonces en la auténtica diversión. Cuando dos rivales se enfrentan, el racismo suele ser la última de las diferencias que mantienen. Sin embargo, pueden aparecer algunas discriminaciones. Me refiero sobre todo al choque Celtic-Rangers en Escocia. El respeto por los valores del fútbol permite suprimirlo, excepto cuando los manipuladores de las masas están obsesionados con esa necesidad de hacer daño.
Usted llegó a Francia a los dos años, procedente de Camerún, y se crió en una región parisina con una gran población inmigrante. ¿Sufrió el racismo o la discriminación?
Mi familia y yo llegamos a Montfermeil, y luego nos mudamos a Bondy, dos localidades de las afueras de París que tienen fama de ser difíciles, y con toda la razón. La mezcla de clases de personas y razas hacía que las acciones vinculadas al racismo fuesen prácticamente inexistentes, eso no impedía que se formasen clanes, aunque la sensatez de unos y otros no dejaba proliferar ese tipo de imbecilidades. La zona de las afueras no está a salvo de estos males, pero tiene el mérito de luchar contra ellos. No obstante, a veces hay bastante delincuencia, de modo que es fácil transmitir mensajes erróneos que tienden a difundir ideas racistas o xenófobas.
¿Ser un futbolista reconocido le proporcionó una tribuna para luchar contra esto?
Yo he luchado contra el racismo desdeñando su existencia. De niño, no comprendía términos como négro o bamboula [insultos racistas en francés], que muchas veces decían sin ton ni son amigos que no tenían malas intenciones. Lo que hacían era repetir palabras que habían oído por ahí. Más tarde, entendí que la gente, por honor, se veía impelida a reaccionar o prefería mostrar más picardía e ignorarlo. Al final, llegué a la conclusión de que los más limitados intelectualmente y los que habían recibido una mala educación eran los primeros en provocar inútilmente a los demás. Aunque muchas veces me resultó difícil no reaccionar, prefiero guardarme para mí mis convicciones. Un color de piel, una religión o una condición no desunen a dos seres que se aman. Entonces, ¿cómo iba a pensar que no podemos convivir, cuando todo tipo de personas animan al equipo en el que juego? Ser conocido permite transmitir mensajes de paz, de armonía o de consuelo. En ningún caso permite educar a los alborotadores. En Cagliari me abucheó mi propio público, cuando estaban de moda los gritos de monos. En vez de marcharme del campo o de vociferar, quise marcar, y mis goles hacían entrar en razón a mucha más gente. Mis goles quitaban el eco a sus gritos.
¿Qué función puede y debe desempeñar el fútbol en este combate?
El fútbol es un medio para transmitir mensajes. Su poder es inconmensurable. Pero hay que elegir el momento adecuado. Ninguna lacra puede difundirse de forma duradera en cuanto los grandes protagonistas se sienten afectados. El balón que rueda fascina desde la más tierna edad y, simbólicamente, debe seguir rodando. La inocencia de un niño tiene que continuar, y la gente debe ver en el otro equipo adversarios, y no enemigos. El fútbol nunca hará que todo sea de color de rosa, y tiene sus límites, pero pienso que se puede utilizar para vencer muchas batallas, entre ellas las que libramos contra el racismo o la xenofobia.
¿Considera que ofreció usted otra visión de África al conquistar el Torneo Olímpico con Camerún en 2000?
¿En qué iba a cambiar la victoria la naturaleza del fútbol en África, o la imagen de este continente? Los equipos del mundo entero respetan a las naciones africanas desde hace mucho tiempo. Nigeria ganó en 1996, y sin embargo mi vida no cambió, aunque, por supuesto, me sentí muy orgulloso de mis “hermanos”. El África deportiva lleva lustros ganando combates. Por ejemplo, los kenianos son corredores de fondo de primera fila, pero no harán que su país sea la primera nación. Aunque sí hay que subrayar que estos triunfos pueden mostrar que a nuestras poblaciones se las ha mirado de forma errónea demasiadas veces, y durante demasiado tiempo.
Aun así, ¿la Copa Mundial de la FIFA en África quizás ha podido ayudar al continente, y enterrar algunos prejuicios?
La promoción de África fue la primera victoria y la principal herencia de esta competición. Pero eso ya era lo que se esperaba. Sudáfrica tiene un pasado doloroso, y aunque había organizado con éxito un Mundial de rugby las dudas persistían. Me hubiera gustado que se dedicase más tiempo a alabar la unión de los pueblos que imperó durante semanas en lugar de a las dudas sobre la seguridad de la nación.
Usted jugó en Italia, Inglaterra, Japón, Francia y Libia. ¿El racismo adopta los mismos rostros?
El racismo es diferente, o incluso inexistente, según dónde estemos y la atención que le prestemos. Todo está vinculado a la cultura. El japonés nunca emitirá gritos racistas, el libio lo hará para desestabilizar o provocar. El italiano actúa porque sigue un movimiento de masa, sin que tenga necesariamente sus propias convicciones. El inglés se muestra respetuoso por las reglas, y temeroso de los castigos. Así es como yo lo siento, es mi impresión. Cambia de una persona a otra.
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