martes, 11 de octubre de 2011

La lucha del africano en España

[Vía Elpaís.com] Achille, un camerunés de 21 años y pelo a lo afro, se encarga de la limpieza de los vestuarios, de los arbitrajes de los partidos amistosos, de la recaudación del aparcamiento, de entrenar a un equipo de niños y hasta de la construcción de una pequeña tapia que rodea el campo de fútbol del Aravaca. "Es un trabajador excelente", le elogia un directivo. Sin embargo, hoy se olvidó de barrer y fregar el suelo del bar del estadio. El presidente del club, José María de la Cal, agarra la fregona y le reprende como solo lo hacen los progenitores poco autoritarios. "Es como un padre para mí", dice Achille mientras observa la escena sentado en una silla, tranquilo.

El chico quería ser futbolista. Quiere ser futbolista. Intenta hacerse aún un hueco en el primer equipo del Aravaca, en regional preferente. Mientras tanto, así se gana la vida. En el fútbol no profesional de Madrid son varios los equipos que tienen como conserjes o encargados de las instalaciones a jóvenes africanos que vinieron con la intención de poder ser jugadores profesionales pero que no lo consiguieron. Es la otra cara del deporte, la menos amable si se quiere, la antítesis de lo que ocurrió con chicos humildes como Lionel Messi o Cristiano Ronaldo.

Aunque la realidad es que se ganan la vida mejor que muchos de sus compatriotas. Achille se crió con su abuela en Batié, al oeste de Camerún. No conoció a sus padres. Hace tres años, cuando tenía 17, llegó a Madrid (no le gusta dar detalles sobre este capítulo de su vida) y al poco tiempo fue ingresado en un centro de menores. Seguía practicando deporte con la cabeza puesta en ganarse la vida con el fútbol. En la habitación hacía flexiones y abdominales para mantenerse en forma. Corría en el parque. Allí un hombre le dijo que tenía pinta de futbolista y le dio una tarjeta en la que se leía a lo que se dedicaba: representante de deportistas. El desconocido le consiguió una prueba en el equipo de un pueblo cuyo nombre le costaba mucho pronunciar, Aravaca.

El entrenador, sobre el césped artificial, lo vio potente y rápido, útil como lateral derecho. "Te quedas", le dijo al acabar el entrenamiento, pero cuando ya enfilaba los vestuarios el chico africano le interrumpió. "No tengo casa. No tengo trabajo. ¿Qué hago?", le preguntó Achille. Había tenido que abandonar el centro al cumplir los 18. Pasaba las noches en un hostal de Atocha, refugio de parejas clandestinas, y los días en la plaza de Tirso de Molina, rodeado de africanos que gastan las horas jugando a las cartas y apostando cinco euros por ver quién es el más rápido en correr 50 metros.

El presidente se enteró de las dificultades por las que pasaba Achille. Lo acogió. "Mi mujer prepara un plato de comida más para él. Se le compra el abono de transporte. Todos le queremos mucho aquí pero es un problema para nosotros: los papeles, buscarle trabajo... es una responsabilidad". Los padres de los niños que juegan en el club, entre los que se encuentran el nieto de Radomir Antic o el sobrino de Rafa Benitez, le regalan a Achille ropa o le buscan empleos.

Su compatriota Inocent, futbolista en su tierra, fue uno de los cientos de africanos que saltaron en tromba la valla de Melilla en 2005. Tras pasar después 40 días detenido en el Centro de Internamiento Extranjeros de Aluche se fue a malvivir al túnel de Plaza de España. Inocent, de 22 años, le pidió a una de las personas que fue a verle durmiendo entre mendigos que no le diese dinero pero que le buscase un trabajo. Lo colocaron como encargado de campo de la Unión Deportiva Adarve, donde limpia los vestuarios, alquila los campos y cuida la grada. Hace el mismo trabajo que Achille. Los padres de los niños valoran mucho a este par de bedeles. "No tenía nada y ahora conozco mucha gente. Voy hacía adelante cada día", señala Inocent, a punto de agarrar la fregona.

0 comentarios:

Publicar un comentario