[Vía Fifa.com] Un 27 de mayo de hace 25 años, todas las miradas del mundo del fútbol estaban puestas en el estadio Prater de Viena. El mítico coliseo fue el escenario en el que el Bayern de Múnich y el Porto se vieron las caras con la corona continental en juego.
El coloso alemán partía como claro favorito. No en vano, había ganado tres de las cuatro finales que había disputado hasta la fecha. Para los portugueses se trataba de bautismo de fuego. El Bayern vapuleó al Anderlecht en cuartos y derrotó al Real Madrid por 4-2 de camino a Viena. El Porto, por su parte, se impuso al Brondby y sufrió de lo lindo para eliminar al Dínamo de Kiev en semifinales. Además, el equipo de Udo Lattek tenía en sus filas a figuras de la talla de Jean-Marie Pfaff, Andreas Brehme y Lothar Matthaus, cada uno de ellos considerado entre los mejores del mundo en sus respectivas demarcaciones. Artur Jorge, por el contrario, no pudo contar para la ocasión con su estrella, Fernando Gomes, y alineó un once compuesto por jugadores poco conocidos que nunca habían desempeñado su oficio fuera de Portugal.
El partido en sí parecía ajustarse al guión previsto cuando el Bayern, que dominó claramente los primeros compases del juego, se adelantó en el marcador. En una acción que en principio no se antojaba peligrosa, Ludwig Kogl recibió un pase y, desde casi 12 metros, se lanzó en plancha para rematar de cabeza. Ante semejante alarde acrobático, el guardameta Jozef Młynarczyk no pudo hacer nada por evitar el tanto.
El hecho de que el Porto llegara al descanso con un solo gol en contra se debió al buen hacer del arquero polaco, que estuvo providencial ante las acometidas de Dieter Hoeness y Michael Rummenigge. Con todo, los pronósticos no estaban de su parte tras la reanudación. En las diez ediciones previas, sólo en una final se llegó a marcar más de un gol: la de 1984, entre el Liverpool y el Roma, que concluyó en empate a 1-1 con victoria para los ingleses en la tanda penal. En Viena, a tenor de los primeros 45 minutos, si alguno de los dos equipos podía anotar el segundo, ése era el Bayern.
No obstante, Jorge se mostró audaz y realizó dos cambios en el descanso. El mediocampista Antonio Frasco y el delantero Juary salieron en sustitución del lateral izquierdo Augusto Inacio y del genio creador Quim. El ajuste tardó en dar sus frutos, ¡pero vaya si los dio!. A falta de 12 minutos, Juary aguantó el balón y se lo pasó a Frasco, quien ganó el duelo con su marcador y devolvió la pelota al brasileño. Juary superó a Pfaff y envió la pelota hacia Rabah Madjer, a quien la jugada pilló a contrapié, de espaldas a la portería. Pocos hubieran tenido la inventiva necesaria para intentar un taconazo, pero Madjer además rebosaba técnica y por eso consiguió una de las mejores dianas de la historia de las finales europeas.
"Lo hice por instinto, me salió así", declaró Madjer posteriormente a FIFA.com. "No tuve tiempo para pensar. Justo después de la final, volví a emplear ese recurso en un partido de liga, y también entró. Es una marca registrada”. Minutos después, Madjer se zafó magistralmente de Helmut Winklhofer y mandó un centro medido ante la meta de Pfaff, que Juary aprovechó para subir al luminoso el 2-1 definitivo. El Porto ya era campeón de Europa. "Aquel partido es mi mejor recuerdo", explicó Madjer. "La víspera de la final, estuve dándole vueltas a cómo iba a jugar. Mi compañero de habitación en aquella época, Jozef Młynarczyk, tenía miedo. Yo le dije que íbamos a ganar por 2-1. Dios me escuchó".
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