[Por Diego Martín Yamus] No era nada fácil para un nativo africano la vida en las primeras décadas del siglo XX. El colonialismo extendido por todo el continente limitaba a la gente a ciertas actividades, por ejemplo el fútbol. En los años 30, Marruecos era un protectorado peleado entre Francia y España. Y sin embargo, un futbolista marroquí se destacó para la historia. Larbi Ben Barek, la famosa Perla Negra, fue uno de los primeros inolvidables del balompié africano, aunque su mezcla de nacionalidades dijera lo contrario.
Haj Abdelkader Larbi Ben Mbarek era el nombre completo de este mediocampista ofensivo, nacido en Casablanca el 16 de junio de 1914. Surgido de las divisiones inferiores de El Ouatane de su ciudad en 1928, debutó profesionalmente en 1930 en el Idéal Club Casablanca, que participaba en la segunda división y donde en 1935 llegó a la final de la Copa marroquí. Enseguida pasó al US Marocaine, el club de moda que arrasaba con los títulos locales, y en 1936 ganó la Copa y en 1937/38 su primera liga. Pero la notoriedad la alcanzó cuando en 1938 desembarcó en Francia, su patria adoptiva, fichado por el Olympique Marsella. Llegó a disputar 30 encuentros con 10 goles y a impresionar a los hinchas con su habilidad. Es considerado quien abrió la puerta para otros africanos en Europa. Incluso tuvo su convocatoria para integrar la selección francesa, cuando ya lo había hecho con la norteafricana, debutando el 4 de diciembre de 1938 en un 0-1 con Italia. Pero la Segunda Guerra Mundial interrumpió su racha y regresó a su país para estar en el gran Wydad Casablanca, donde actuó hasta el final del conflicto, en 1945.
El cierre de esa etapa cruenta abrió para Ben Barek una brillante, la mejor de su vida. En 1945 volvió a Francia para jugar por el Stade Français, donde comenzó a marcar muchos goles. Y en 1948 logró su hito más importante, al ser comprado por el Atlético Madrid de Helenio Herrera. Allí, sus cualidades enamoraron a la gente colchonera, que lo apodó "el pie de Dios". Un pie que convirtió 56 goles en 113 partidos y que hizo delicias con la "delantera de cristal", junto a Juncosa, Pérez Paya, Carlsson y Escudero, llevándose las ligas de 1949/50 y 1950/51 y la Copa Eva Duarte, precursora de la Supercopa española, en 1951. Permaneció hasta 1953 en un tiempo de pleno éxito y regresó al Marsella en 1954.
Aún era parte de la selección gala, pero no fue convocado para el Mundial de Suiza 54, en un plantel que tenía a otros francoafricanos como Mahjoub o Ben Tifour. Su último encuentro internacional fue el 16 de octubre en un enorme 3-1 a Alemania en Hannover, donde una lesión lo dejó afuera de la cancha por un tiempo y ya no pudo integrarla. De Francia regresó a Africa pero en Argelia, en el US Bel Abbes en 1955. Al año siguiente cruzó a Marruecos y jugó en el Stade Marocain y cerró su carrera en 1957 en el popular FAT Union Sport, el FUS, de la capital Rabat.
Apenas dejó el fútbol, tuvo otro gran momento al ser llamado en ese 1957 para dirigir la selección marroquí, recién independiente, lo que hizo hasta 1960. Su debut fue en los segundos Juegos Panarábigos, ya extintos, donde el equipo arribó a semifinales perdiendo con Siria en sorteo tras empatar 1 a 1 y luego retirándose ante Líbano por el tercer puesto. Fue el primer técnico de los Leones del Atlas. Fue un futbolista excelso. No extrañó entonces que tras su fallecimiento en Casablanca el 16 de septiembre de 1992, seis años después, en 1998, la FIFA lo galardonara con la Orden del Mérito, la máxima condecoración de la entidad. Si era marroquí o francés mucho no contó. Larbi Ben Barek traspasó las fronteras y fue uno de los primeros próceres de la historia africana.
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