[José María Olmo para Revista Líbero] Mali respira fútbol desde que la pantera negra predicara su talento por Europa. El exdelantero del Valencia CF de los 70 vive en Bamako, la capital del país, donde fundó un club del que salieron frutos como Mahamadou Diarra o Seydou Keita. Su preocupación por la estabilidad del maltrecho país crece mientras iniciativas como la de la Fundación Kanouté se abren camino.
La tierra de Bamako es más sangre que tierra, como el rojo de Matisse, de una humedad pegajosa en esta época del año que suele apagar los días con densas cortinas de agua. De abril a julio, el termómetro rebasa los 50 grados y el Níger se repliega hasta el suicidio, la arena se vuelve amarillenta y se espolvorea cuando los chavales gambetean sobre ella.
Pero en estos meses, cuando aparecen por fin las nubes, la tierra de los solares se moja y abraza las cangrejeras, lo más parecido, en esta frontera del mundo, a las botas que en Europa, la fascinante Europa, lucen los ídolos de África. En uno de esos solares baldíos que dibuja una ciudad acuchillada por los canales contaminados con tiñe de las fábricas textiles de las afueras, comenzó a patear balones, cuando Mali aún era una de las despensas de Francia, el gran Salif Keita (Bamako, 1948). Los golpeó hasta convertirse en el mejor jugador de la historia del país y en uno de los más grandes del continente. Hasta inculcar a su cuerpo, 1,78 centímetros y 62 kilogramos por aquel entonces, la letalidad de una pantera adicta a los goles. Si Mali entero respira fútbol y el país tiene hijos en los mejores equipos del mundo, Salif Keita es el principal responsable. “La perla negra de Bamako”, el alias con el que se paseó por la década de los 70, fue después de todo el primer africano en escalar a la cúspide del fútbol. Y como tal se le respeta.
Dialoga pausado. Vive junto al Hipódromo de Bamako, en una callejuela sin salida semi-asfaltada. A la izquierda, su casa, blanca radiante, de dos plantas y un pequeño porche que protege la entrada. La levantó en los 80 cuando volvió a Mali para entregar su legado.
Acaba de comer en compañía de su esposa, que cambia los canales de la televisión desde el sofá, ligeramente recostada. Dice ella que no le gusta el fútbol, pero que se acostumbró a tolerarlo. Keita comenzó en el Stade Malien y se consolidó en el AS Real Bamako. Con 15 años era indiscutible en las alineaciones y con 17 ya era el tótem nacional. Un amigo le buscó equipo en el extranjero, el AS Saint-Etienne francés, en la primera división de la majestuosa metrópoli. Y Keita, con un saco de sueños por cumplir, se lanzó a la conquista de Europa huyendo también de la incomprensión de su público.
“Siempre tuve, ¡siempre!, ¡siempre!, muchos problemas con los públicos”, afirma levantando la mano izquierda por encima de la cabeza, expresando aún hartazgo. “Pensaban que no hacía todo lo que podía hacer. Me lesioné y no pude jugar la final de la Copa de África en 1972, por ejemplo. Perdimos contra Costa de Marfil 3-2 y me echaron en cara que no hubiera jugado.
Dijeron que mi lesión era mentira. Y dije: me voy”. No fue fácil su llegada. Al día siguiente de aterrizar en Francia, la prensa publicó que el exótico fichaje se había trasladado en taxi desde París hasta Saint-Etienne, 600 kilómetros de nada y una factura que provocó el pánico en su nuevo presidente. La anécdota le ha perseguido siempre como si fuera definitoria.
“El problema fue que cuando salí de aquí tuve que hacerlo a escondidas porque las autoridades de Mali no me querían dejar ir”. Comenzó su huida cruzando a Costa de Marfil y luego a Liberia. “Allí me robaron todo mi dinero. Así que cuando llegué a París, no tenía nada. No tuve más remedio que coger un taxi. No fue fácil porque ningún taxista se fiaba de llevarme a Saint-Etienne. Pero al final uno tomó el riesgo. Y llegué. Esa es la explicación de que cogiera un taxi tan caro”, remata para rebajar la hipérbole.
El cambio fue violento. De la África subsahariana a la sombra de los Alpes. “En Saint-Etienne hacía mucho frío”, relata encogiéndose de hombros como si todavía pudiera sentirlo, aunque lleva los tres primeros botones de la camisa desabrochados y el aire acondicionado no es capaz de enfriar el interior del comedor. “Cuando estaba sólo lo pasaba mal.
Con el equipo era diferente. Lo llevaba mejor. No me gustaba quedarme en casa o en el hotel y siempre pensaba en volver a Mali. En realidad, muchos años después de marcharme seguía pensando en volver a Mali. Pero no podía. Tenía que trabajar para que mi carrera fuera un éxito”. “Correr como un negro para mañana vivir como un blanco”, que diría luego Eto´o.
Se adaptó. Vaya si lo hizo. En cinco temporadas con Los Verdes (1967-1972) disputó 167 encuentros y marcó 135 goles. Sólo en la 1970-1971 anotó 42 tantos, un registro estratosférico que le valió la Bota de Plata europea. Ese mismo curso consiguió otro récord: más de cuatro goles en cuatro partidos de liga. Tenía instinto, una técnica desbordante y una asombrosa verticalidad para la época que adornaba con eslálones, bicicletas, caños y pases de tacón. Se salía de los planos de cámara. Era un grito de fútbol en elplomizo tapete del Stade Geoffroy-Guichard. Albert Batteux, su entrenador en el Saint-Etienne, dijo de él que sabía hacerlo todo, “a semejanza de los más grandes jugadores brasileños”.
“Lo he visto intentar cosas sobrenaturales”, confesó. Los tantos del delantero maliense dieron al Saint-Etienne tres ligas y dos copas de Francia. Conmocionó tanto a la afición que el club, hastiado de placidez sin sobresaltos, modificó su escudo para introducir en su honor una pantera negra abalanzándose sobre una pelota.
El felino desaparecería en los 80 pero el club se encomendó de nuevo a él en los 90. Sus destellos fascinaron al Olympique de Marsella, que lo fichó en el verano de la temporada 1972/1973, pero discrepancias en el traspaso provocaron su salida sólo seis meses después. Le dio tiempo a jugar 18 partidos y meter 10 goles, uno de ellos contra su ex equipo. Y lo celebró señalando con el dedo al presidente de su antiguo club desde el centro del campo….
0 comentarios:
Publicar un comentario