martes, 13 de noviembre de 2012

La gran labor de Duran en Sudáfrica

[Vía La Vanguardia] O entrenarse o unas manzanas. El catalán Enric Duran se ha visto en pocos aprietos como ese. Extrañado por las repetidas ausencias de un niño a los entrenamientos, le pidió explicaciones. La respuesta le dio la bienvenida a Sudáfrica. “Me dijo que había tenido que elegir entre gastarse el dinero del bus para ir a entrenarse o comprar comida. Y como tenía hambre, se había gastado todo el dinero que tenía en comprar unas manzanas. ¿Qué puedes decir ante eso?”. Con 31 años, Duran es el nuevo director técnico de la academia de formación de los Mamelodi Sundowns, el equipo más rico del país.

Su elección no es una casualidad. El presidente del club, una de las grandes fortunas de África por sus negocios en la minería, quería una cantera como la del FC Barcelona. Y Duran, vecino del barrio de Sants, es el pasaporte ideal para construir esa Masia sudafricana. Tras entrenar en la escuela del Barça y trabajar en centros azulgrana en Arabia Saudí y Egipto, Duran acumula en su currículum un total de siete temporadas de experiencia en el club barcelonista. Conoce de sobras el ADN culé. Por eso el Instituto Johan Cruyff, con un acuerdo de colaboración con el club sudafricano, le echó el lazo. Pero en Sudáfrica el reto de Duran no ha sido únicamente implantar la filosofía de fútbol de ataque en las categorías inferiores del club. Él además ha tenido que crear esa base.

Desde hace meses, Duran y sus ayudantes han construido desde cero varios equipos de jóvenes promesas de 11 a 19 años y tratan de poner al día un centro donde los chicos reciben educación y conviven durante la semana.

“No te imaginas los miles de niños que hemos visto jugar en los últimos meses; no te lo creerías”, repite desde las gradas frías de un campo de fútbol de Soweto, a las afueras de Johannesburgo. Mientras habla, no aparta la vista del campo donde veintidós chavales persiguen el balón. “El número 7 técnicamente es bueno, pero no siempre toma buenas decisiones, hay que corregir eso”, susurra entre dientes. Los chicos transpiran fútbol de calle. “A nivel técnico no tienen nada que envidiar a los europeos, ves cosas impresionantes”.

Pese a su juventud, a Duran el reto no le asusta. Dirige un equipo de formadores con experiencia en el fútbol base del equipo culé o del Ajax e inculcan el sistema 4-3-3 en todos los equipos.
Para Duran, los inicios no han sido fáciles. Su novia Anna, que vive con él en una urbanización típica de la ciudad de Pretoria –esto es: rodeada de grandes muros y seguridad privada– ha suavizado tantos kilómetros de distancia de la familia y amigos. De Sudáfrica, Duran aplaude su belleza y vida salvaje –visitó hace poco el parque Kruger, el mayor parque natural del país–. Pero sobre todo se queda con la gente. Un entrenamiento con cientos de niños de barrios pobres, sin casi balones y en un barrizal, se convierte en alegría desbordada y una fila de chavales esperando al final para agradecer la oportunidad. “Te puedo decir que nunca en mi vida me había sentido tan útil como esos días. Mi trabajo apenas era sacarles una sonrisa porque te puedes imaginar las condiciones en las que se podía trabajar. Pero esto es África y cosas como esta la hacen especial”.

Y Duran no se queda con lo bueno porque no haya visto cosas que inviten a reflexionar. En los últimos meses ha vivido de cerca las enormes desigualdades sudafricanas. “Aquí he visto las casas y los coches más lujosos de mi vida y a unos pocos kilómetros el peor barrio de chabolas que te puedas imaginar”, cuenta. Conoce especialmente Mamelodi. Irónicamente, el distrito deprimido de Pretoria, con pobreza hasta las cejas, da nombre al club con más dinero del país. Duran sabe que entre esas casas humildes está el secreto del éxito de la cantera: “A veces vamos a jugar amistosos infantiles a Mamelodi y el público va con el club rival porque no tenemos chicos del barrio, eso tiene que cambiar. Somos los Mamelodi Sundowns y en nuestra cantera debemos formar chicos del barrio”. Se ha aplicado el cuento. Ha creado una red de equipos satélite que en el futuro nutrirán de jugadores de la zona a las categorías inferiores del club. Eso exige cintura porque la pobreza sí es inflexible. “Muchos niños venían a jugar sin botas o sin camiseta. Son barrios complicados y donde hay muchísima pobreza. Pero juegan con una ilusión enorme”, dice.

Por eso cree que es importante que su trabajo no acabe cuando él regrese a casa. Aunque tiene contrato hasta el 2014, con opción a dos temporadas más, su objetivo es que en dos o tres años, la escuela de los Mamelodi funcione con un organigrama de gente de la casa. Su implicación es tal que casi se ha convertido en una reto personal. “Me ha impactado sobre todo la solidaridad de estos chicos. Son tan agradecidos...”, apunta. “Un día –recuerda– encontré a un grupo de niños repartiéndose una bolsa de botas viejas para entrenarse. Se ponían incluso botas diferentes en cada pie para que todos tuvieran al menos una buena bota”.

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