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lunes, 7 de diciembre de 2020

Un país, una historia: Tanzania

[FIRMA INVITADA/ @SalvajeFutbol] Corría el minuto 86 cuando un centro desde la esquina del jugador mozambiqueño Luis Jose Miquissone encontró, a la altura del primer palo, la cabeza del central Joash Onyango, que con un toque sutil alojó el balón en el fondo de las redes. El Simba había igualado su encuentro contra el Young Africans. Al instante, la euforia y la decepción se extendieron a partes iguales por las gradas de un Benjamin Mkapa abarrotado, con cerca de 60.000 espectadores, y es fácil imaginar que sensaciones idénticas se propagaron en similar proporción a lo largo y ancho de todo un país de más de 56 millones de habitantes y unos 950.000 kilómetros cuadrados de extensión. 
Aquel partido, disputado el pasado 7 de noviembre, podría fácilmente entenderse como la simple lucha por tres puntos más en un campeonato aún alejado de su fase decisiva, con más de dos tercios de las jornadas por disputarse. Pero lo que estaba en juego sobre aquel césped era mucho más importante que eso. Lo que se dirimía a lo largo de 90 minutos era una lucha por la hegemonía futbolística en la ciudad de Dar es Salaam y en toda Tanzania que se viene repitiendo año tras año desde hace casi ocho décadas. Estaba en juego el ‘Dar Derby’. 

Fue el actual seleccionador de Zambia, el serbio Milutin “Micho” Sredojevic, quien afirmó que el fútbol en Tanzania representa algo parecido a una segunda religión. El técnico, con experiencia en países como Uganda, Etiopía, Sudáfrica, Sudán, Rwanda o Egipto, se sentó en el banquillo del Young Africans durante un breve período, en 2007, en el que pudo comprobar lo que representaban los ardientes enfrentamientos ante el Simba, que parecían detener todo el país. Aquella vivencia le ha llevado a afirmar que el ‘Dar Derby’ es uno de los mejores clásicos del fútbol africano, “si no el mejor”. 

Lo que resulta incuestionable es que hablar de fútbol en Tanzania es hablar de pasión. Una pasión que en estos días de estadios vacíos en medio mundo, a causa de la pandemia del coronavirus, enseña su cara más vistosa en forma de gradas repletas y coloridas o masas de aficionados lanzados a las calles a celebrar un simple fichaje por parte de su club como si festejaran la consecución de un título de prestigio. Pero una pasión, que en el caso de la rivalidad entre Simba y Yanga también muestra su rostro más desagradable a través de continuos cruces de acusaciones y demandas (azuzadas por un constante flujo de jugadores y empleados que cambian de uno a otro club), denuncias de intentos de amaño y hasta, en ocasiones, enfrentamientos entre aficionados de ambos equipos. 

No resulta tan llamativa, sin embargo, esta hostilidad entre equipos y aficiones si se repara en que Simba y Yanga mantienen una lucha abierta desde el nacimiento de Tanzania y, aún desde antes, por convertirse en el máximo referente de un pueblo que ha encontrado durante años, en la rivalidad entre ambos, un elemento aglutinador, aunque también de división. 

Escribía un periodista tanzano, durante la década de 1970, que los habitantes del país solían identificarse por sus lealtades futbolísticas. “¿Simba o Yanga?” era una pregunta esencial para conocer a un interlocutor. Y no era una pregunta baladí: en ocasiones, el apoyo a uno u otro equipo se convertía en motivo de discusiones familiares o podía llegar a ser razón para vetar un matrimonio. 
Los orígenes de tan profunda rivalidad se remontan casi a los principios del fútbol en el país. En Tanzania, como en la mayor parte del continente africano, los primeros contactos con el balón datan de la época colonial, cuando los europeos enseñaron a los nativos un juego que ya levantaba pasiones en el Viejo Continente. Tanganica, la zona continental de la actual Tanzania, había sido colonia alemana desde finales del siglo XIX, pero en 1919, tras la derrota germana en la Primera Guerra Mundial, sería adjudicada a Reino Unido. Y precisamente serían los británicos los encargados de dar el impulso decisivo al fútbol en el país, organizando, desde los primeros años de la década de 1920 un campeonato en su ciudad más importante, Dar es Salaam. 

Aquellas primeras ligas estarían conformadas de forma abrumadora por equipos ligados a instituciones públicas, tales como el Government School, el Post Office, el Railways SC, el King's African Rifles SC, el Police SC o el Medical Department, entre otros. Pero desde la década de 1940, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, muchos europeos tuvieron que abandonar el país para sumarse a la lucha y los equipos locales tanzanos empezaron a cobrar importancia en las competiciones futbolísticas locales, que desde un primer momento estuvieron acompañadas de amplios festejos, con danzas y festines, según informan distintas publicaciones de la época. 

De esos años, entre finales de los 30 y principios de los 40, datan, precisamente, los primeros logros del Young Africans (popularmente conocido como Yanga) y el Simba (conocido por entonces como Dar Sunderland). El origen de ambos clubes está relacionado con la necesidad que pronto sintió la población africana de Dar es Salaam de contar con equipos que verdaderamente le representaran en aquel deporte dominado por europeos. Pronto comenzaron a brotar nuevos equipos en los barrios, originariamente vinculados a las distintas comunidades que convivían en la ciudad. Así, en la década de 1930, surgieron el Arab Sports, en el distrito de Kariakoo, o el New Strong Team, en Kisutu. La comunidad sudanesa también creó por aquellos años su propio equipo, al igual que los sij de la ciudad alumbraron el Khalsas. 

La historia de estos primeros equipos puramente locales está repleta de escisiones y fusiones entre distintas formaciones, que acaban entroncando con los clubes que hoy dominan el fútbol nacional y hacen casi imposible determinar un origen exacto para el Yanga o el Simba, éste último nacido a partir de la unión de varios exmiembros del Yanga con otros clubes locales. 

Pese a estos orígenes tan estrechamente relacionados, es fácil detectar en los primeros años de ambos equipos ciertas diferencias sociales que acabarían agrandando la brecha entre ambos equipos. Así, el Yanga, con origen en el barrio de Jangwani, en Kariakoo, surgió de entornos desfavorecidos (lo que no impidió que contara con ciertos patrocinadores adinerados), formados por pequeños comerciantes y vendedores de pescado, mayormente pertenecientes a la etnia zaramo. En cambio, el Simba presumió en sus primeros años de su vinculación a comunidades de africanos educados, muchos descendientes de árabes - además de algunos indios-, y trabajadores de los organismos públicos. 

Estas diferencias sociales serían durante años un arma arrojadiza entre aficiones. Así, la hinchada del Sunderland no dudaba en descalificar a sus rivales como pescaderos sin educación, mientras que los del Yanga tendían a considerarse a sí mismos como los wenyeji (los amos de la ciudad) y denigraban a los del Simba como forasteros. Las crecientes excepciones que iban surgiendo en la base social de ambos equipos no restaban fuerza a estos clichés. 

La sensación de pertenencia a un equipo u otro se veía reforzada desde los años de su formación por la configuración de ambos equipos como chama, clubes sociales en los que la mayoría de sus miembros no eran jugadores y cuyas cuotas eran empleadas para sufragar los gastos del club. 

En buena medida, eran lugares de reunión de amigos, en los que era habitual gastar las tardes tomando café o participando en juegos de mesa, y en los que las diferencias de etnias o clases sociales quedaban aparcadas. Se establecían sistemas de solidaridad entre sus miembros (incluso para sufragar funerales o para buscar trabajos o casas) y para entrar en la comunidad era necesario el visto bueno del resto de la membresía. Así, como observa el estudioso Tadasu Tsuruta, “el fútbol llegó a ser uno de los aspectos cruciales del entramado comunal social en Dar es Salaam”, y la rivalidad entre Yanga y Simba marcaría una frontera dentro de la ciudad, con la zona norte de la misma apoyando a “los jóvenes africanos” y la mitad sur más próxima a “los leones”. 

Pronto, la pasión por el fútbol, reflejada más que en cualquier otra realidad en la rivalidad entre Simba y Yanga, se iría extendiendo por el resto de un país que hacia mediados de los años 50 empezaba a cobrar conciencia de sí mismo. Ambos equipos fueron estableciendo redes de alianzas desde Dar es Salaam y las regiones vecinas (incluida la isla de Zanzibar) hacia el resto del territorio, de modo que en diversas ciudades se reproduciría el esquema de equipos rivales, vinculados a uno u otro de los grandes de la capital. 

Pero el papel de estos equipos en la creación del país no quedaría ahí, sino que, en gran medida, representarían un papel protagonista en el proceso de descolonización. Esto es así, especialmente, en el caso del Yanga, que llegó a poner sus locales, de forma clandestina, a disposición de los miembros del TANU, el partido que dirigiría la independencia tanzana, conseguida en 1961. Como reconocimiento, el TANU adoptaría los colores amarillo y verde característicos del club de Jangwani. Esta estrecha colaboración con la independencia del país sería esgrimida durante décadas por los miembros del Yanga como otra muestra de su mayor compromiso con el pueblo tanzano, pese a que el Simba también ha mantenido desde los primeros pasos de la nación independiente una vinculación muy estrecha con el mundo de la política. 
En cualquier caso, la aceleración de la integración política, económica y de las comunicaciones que siguió a la independencia permitió afianzar el perfil nacional de los dos grandes clubes de la capital. Y, desde el establecimiento en 1965 de la liga nacional, sus partidos se convirtieron en un evento de interés para todo el país. 

Los festejos y la intensidad con la que hoy se viven estos duelos no son resultado del fútbol moderno, sino que tienen orígenes muy remotos. El periódico Sunday News describía en 1974, las horas previas a un enfrentamiento decisivo: “Desde la mañana la bandera verde y amarilla de Yanga y la roja y blanca del Simba estaban por toda la ciudad. Encima de coches, camiones, motocicletas, casas, cocoteros, por todas partes. En oficinas, hoteles y buses la conversación era sobre el gran encuentro… En el mercado de Ilala, un vendedor de fruta, fan del Yanga, ofrecía la mitad de precio a los clientes que mostraban un carnet de miembros del Yanga. Mientras, otro vendedor situado en el lado opuesto, un fan del Simba, pujaba más alto y ofrecía fruta gratis a los clientes que pudieran mostrar un carnet del Simba”. 

La necesidad de superarse el uno al otro ha empujado desde entonces a cada uno de estos equipos a redoblar sus esfuerzos. Lo que en los años 60 o 70 se plasmaba en la contratación de entrenadores extranjeros o giras por América o Europa como forma de aprendizaje, hoy se representa en incorporaciones de algunos de los jugadores más destacados de la región, mientras ambos clubes luchan ya no sólo por imponerse en sus propias ligas sino por ofrecer al país un éxito internacional que se les sigue resistiendo. La próxima vez que Simba y Yanga se vean las caras sobre un terreno de juego es posible que se vea tentado a pensar que lo que hay en juego son sólo tres puntos más en un campeonato liguero de segunda fila. Pero un simple vistazo a las gradas permitirá apreciar que durante 90 minutos que dure el encuentro las idas y venidas de un balón estarán dirimiendo, una vez más, el orgullo de un pueblo que ha abrazado en el fútbol su gran pasión y que ha hecho de Simba o Yanga, Yanga o Simba, algo muy parecido a una religión.

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