[Fernando Duclos para Goal.com] Tuve la suerte, en 2014, de viajar ocho meses por África, 14 países diferentes desde Somalía hasta Swazilandia. Fui a la cancha a ver Etiopia-Nigeria, jugué al fútbol en Zanzíbar, me regocijé de cómo aman a Maradona, hice dedo gracias a Messi, miré los partidos de Huracán por Internet…y volví hincha del Liverpool a Buenos Aires. ¿Eh? Sí: a eso, a tanto, llega el poder de la Premier League.
Hasta antes de viajar, jamás había visto un partido de la Liga Inglesa. Es decir, sí había visto muchos, como quien mira fútbol, que me encanta. Pero a lo que voy es: nunca me había levantado especialmente por el Manchester City, jamás hubiese gritado un gol de Lampard, menos que menos esperé el mercado de pases del Swansea. Amo el fútbol argentino y amo también mirar a Messi: el resto del mundo, en la TV, para mí iba siempre de fondo, como una música funcional. Sí, lo disfrutaba, pero no me apasionaba; ¿Hincha del Liverpool? Antes de agarrar la mochila, hubiera dicho: “Eso no puede pasar”.
Sin embargo, desde el primer minuto que llegué a África, sólo aterrizar en Addis Ababa, la Premier League me empezó a conquistar. ¿Cómo? Gracias al enorme, descomunal show que la rodea y a lo global de su televisación.
Etiopía, por caso, es el único país del continente negro que jamás fue conquistado por ninguna nación europea. Al cabo, uno entendería que en Kenya, en Tanzania, en Zambia, estados que alguna vez fueron colonia británica, la Premier League sea furor. ¿Pero en Etiopía? ¿En Namibia, ex protectorado alemán? ¿En Rwanda, donde hablan francés? Y sin embargo, así es. La Premier manda en todos lados, en capitales y también en pueblitos en los que apenas hay un televisor. En Addis, decía, o en cualquier rincón del continente, la gente se junta en bares para ver los partidos. Casi nadie tiene cable, entonces los pocos que lo pagan, y gozan del privilegio del canal Supersport en su grilla, empiezan a cobrar entrada a sus casas. Luego, las convierten en salones y después, con ayuda de un proyector y una pared limpia, tendrán sus propios “cines”. Los horarios ayudan, el huso horario es similar, y no habrá nadie que se pierda ningún juego. Un día, recuerdo, jugó Real Madrid-Barcelona, pagué mi dólar de entrada y fui al “cine” a verlo; antes, lo que para mí era un aperitivo, pasaron Manchester United-Stoke: no podía creer cuando, al terminar el partido en Old Trafford, y a 10 minutos del Clásico de España, la gente empezó a dejar sus asientos vacíos. ¡Pero si está por empezar el derbi! A ese nivel llega la pasión…
Es que los cerebros de la Premier League son eso: cerebros, tipos pensantes. Saben que la gente espera show, y eso le dan. Apenas termine, por ejemplo, un partido X, supongamos Cardiff-Chelsea, un sábado cualquiera en Costa de Marfil, arrancará un programa en el que opinarán sobre el juego los conductores desde Londres y de repente, recibirán la llamada telefónica de un espectador en Abidjan. África se sentirá reconocida, se verá en pantalla. La gente no cambiará de canal. Al ratito, empezará otro juego: QPR-Leicester. Y así seguirá. Es un modelo a escala planetaria: cuando la pelota deje de girar en un bar en Asia, y en Kuala Lumpur pidan otro arroz con leche de coco, el llamado será de un fanático de Singapur.
En Argentina nos cuesta entenderlo. Nuestra liga es fuerte, existe desde hace muchos años, el nivel es bueno, competitivo. No hay necesidad de hinchar por clubes de afuera. En África, países nuevos, muchos que recién salen de la guerra, en varios hubo hambrunas, el “ocio” es un concepto nuevo, emergente, que recién está apareciendo. La gente, después de tanto sufrimiento, necesita entretenerse. Y la Premier League entendió eso, y es lo que ofrece. Después, de tanto show, Inglaterra quedará eliminada en primera ronda del Mundial, pero a los encargados de su Liga no les importará: West Bromwich-Liverpool saldrá 5-3, habrá 8 goles, todo será una fiesta, lo verán millones y millones de televidentes en todo el mundo, que después se quedarán tomando una cerveza, se comprarán la remera de su equipo y así, el círculo cerrará. Al mismo tiempo, y con los bares llenos, las Ligas locales seguirán su rumbo: partidos aburridos, estadios vacíos, no muchos motivos como para disfrutar.
Al principio, igual, me resistí. ¿Liga Inglesa? Jamás. Después, sanguíneo al cabo, necesité la pasión de cada domingo y no me quedó otra: terminé encontrando mi equipo. Me reconocí, de repente, en Burundi, gritando los goles de Sturridge. Pasó. Cuando uno lee que los equipos de la Premier League cobran millones y millones por los derechos de televisación, la razón de esas cifras debe buscarlas justamente en esa taberna de un barrio bajo de Bujumbura en la que un argentino festejaba un gol. La Liga Inglesa es un espectáculo que se le ofrece al mundo, y, al ser un show global y recaudar cifras enormes, también eso exige: cobrar y más cobrar.
Así, yo soy De Anfield y el fútbol inglés es un show. O, como dijo Ariel Rodríguez, una amenaza. ¡Que marche otra ronda (pero no de Mundial)!
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