Faltando muy poco para el final, Hearts of Oak marcó dos goles y dio vuelta el marcador para imponerse 2 a 1. Eso motivó que los hinchas visitantes comenzaran a tirar butacas de plástico y botellas a la cancha. Enseguida actuó pésimamente la Policía, como sucede muchas veces, arrojando indiscriminadamente gases lacrimógenos y disparando balas de goma a la tribuna. Entonces ocurrió lo peor: los irritantes gases hicieron entrar a la gente en pánico, se produjo una avalancha y 127 inocentes perdieron la vida por asfixia o por compresión. Los que quisieron escapar encontraron para colmo las puertas cerradas. Y para colmo, el personal médico se había ido antes del lugar, según informes, porque restaba poco para el cierre.
El después de los luctuosos hechos apareció como siempre. El Instituto de Arquitectos de Ghana calificó al estadio de “trampa mortal”. Una investigación culpó el accionar de la Policía y, también, funcionarios deshonestos. Seis responsables del orden fueron acusados por las víctimas, pero un tribunal no los condenó al establecer que los decesos fueron por la estampida humana y no por los gases. Una comisión investigadora sugirió mejoras en las instalaciones de seguridad y en los servicios médicos (por suerte…) y que se crearan equipos de respuesta a emergencias en el territorio nacional.
El más apropiado paquete de medidas fue el de honrar las almas. El presidente ghanés John Agyekum Kufuor ordenó tres días de duelo, mientras la liga fue suspendida un mes. Enseguida comenzaron los homenajes con distintas actividades que siguen hasta hoy; una estatua de bronce fue puesta en el exterior del recinto, mostrando un hincha llevando a otro y la leyenda “yo soy protector de mi hermano”. Y quienes van frecuentemente al lugar donde Ghana fue campeón por primera vez cantan “nunca más, nunca más” por ese día. Un día en que ocurrió la tercera peor tragedia en la historia del país. Un día en que no debió haber ocurrido.