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domingo, 18 de agosto de 2024

Unidad, lucha y progreso: la camiseta llena de sueños de campeón

[Por Ignacio Sánchez] Os Djurtus. Así se conoce a la selección de Guinea-Bisáu. La traducción, nos remitiría a una especie desconocida de perro salvaje africano, de pelaje tricolor de manchas negras, blancas y marrón -también llamado licaón-, similar a la hiena, pero con mejor genio. Un mamífero carnívoro de la familia de los cánidos, que supo ser gran acompañante de las primeras tribus cazadoras-recolectoras africanas y, en particular, de las egipcias predinásticas y que hoy yace extinguida en varios países de la región, pero que lucha en manada al olvido popular, aunque, paradójicamente, sea el hombre, su principal desafío para sobrevivir.

El fútbol africano, como este amigable canino, es también una gran paradoja. Hace algún tiempo atrás, el inolvidable súper Mario Balotelli reto a todos los futbolistas africanos a “juntar dinero” para dejar la Europa racista “y construir estadios en África y desarrollar a nuestros jóvenes”. Se sabe: él no eligió ser italiano y su historia es reconocida en todo el mundo como un ejemplo de inmigración forzada. Sus padres debieron abandonar Ghana, su país natal, para garantizar la vida de la familia.
 
Esta historia se repite y se desplaza como la sangría que representa. Un dato para tener en cuenta: en la mayoría de las selecciones de la última Eurocopa 2024, al menos un jugador de origen afrodescendiente, vistió una camiseta distinta a la de sus raíces.
Pero el caso es que, en este entramado que incluye colonialismo, destierro obligado y persecución de sueños de libertad, cuenta la historia que Guinea-Bisáu o Guinea-Bissau (según el idioma que se lo quiera pronunciar), alguna vez formó parte del mega reinado de Malí, un territorio inmenso que nacía en la actual Malí y se extendía hasta las costas del Océano Atlántico y que por el 1300, cuando éste entro en decadencia, se transformó en el Reino de Gabú, hasta que el desembarco portugués, durante el siglo XIX, transformó a la región en Guinea Portuguesa. Como puerto clave de esas latitudes, con mucho (muchísimo) potencial para el comercio, el contrabando y el expansionismo cultural.

No fue hasta obtener su independencia, declarada en 1973 y reconocida tras una guerra que terminó en 1974, cuando se agregó el nombre de su capital, Bisáu, al nombre oficial del país para evitar confusiones entre ésta y la República de Guinea (antes Guinea Francesa, frecuentemente llamada, también, Guinea-Conakry). Guinea-Bisáu ha tenido una historia de inestabilidad política desde su independencia, y solo un presidente electo (José Mário Vaz), ha terminado con éxito un mandato completo de cinco años, hito sin precedentes obtenido, recién, en la última década.

Es un país costero, que si bien tiene salida a un mar inmenso vive atrapado en corrupción y gobiernos militarizados. Tiene una superficie un poco más grande que la Provincia de Misiones y tantos habitantes como la Provincia de Tucumán pero que, paradójicamente, su principal lengua es un dialecto llamado criollo portugués. Esto no es novedad, plantea una curiosidad, desde ya, pero nunca deja de llamar la atención. Y, en esta historia, de perros salvajes, África, colonialismo, fútbol, política y globalización, juega un papel clave. Veamos por qué.

La Federación de Fútbol de Guinea-Bisáu o Federação de Futebol da Guiné-Bissau (FFGB) es el organismo principal que, fundado casi con la independencia del país, es miembro de la FIFA desde 1986 y de la CAF y que se encarga de organizar el campeonato de Liga y de Copa, así como los partidos de la selección nacional en sus distintas categorías. Es una Federación humilde que, en los últimos años, ha tenido que suspender el curso de la Liga por no poder financiarla, pero que, sin embargo, se enorgullece de su empuje y de sus ganas de crecer. Y es evidente: logró clasificar a la Copa Africana en las últimas cuatro ediciones. Aún no ganó, pero en la última edición estuvo muy cerca de vencer al siempre favorito Nigeria. 

Os Djurtus juegan un estilo similar al lusitano. Con sus limitaciones, desde ya, pero van al frente. Se han vuelto más tácticos y maquillan sus limitaciones con mucha fuerza física y velocidad. La defensa es una virtud y tratan de someter a sus rivales con un estilo directo, con transiciones rápidas y mucho amor propio. Es tal la influencia que los equipos más ganadores de la Liga son el Sporting Clube de Bissau y el Sport Bissau e Benfica, con 14 estrellas cada uno. Los sigue de cerca el Clube de Futebol “Os Balantas”, estrechamente relacionado al Clube de Futebol Os Belenenses. También compite el SC Portos de Bisáu. Pero todo no es tan romántico como parece. Y esto se debe al carácter donador que tiene esta nación: las jóvenes promesas parten desde muy pequeños a probar suerte, principalmente, a los equipos de la Súper Liga de Portugal. Dejan sus hogares con más sueños que certezas. Un salto al vacío, lleno de fe.

Amadu Nogueira es el caso más emblemático de esta historia. Uno de los pocos con final feliz. Llegó a Portugal con 20 años y escaló en varios equipos hasta convertirse en ídolo del Gil Vicente. Allá lo aman. Por entrega y potencia, se hizo un nombre y pudo volver para guiar a otros. O por lo menos intentarlo. Sambú, como le dicen, intentó ser Presidente de la Federación, pero llegó a vice, en una lista que lo usaría para alcanzar el poder y al año dimitió.

“Me mueven los valores, no estoy dispuesto a ser confundido con alguien que sólo se preocupa por servir al fútbol”, se descargó en una carta a la Federación. “Renuncio al cargo para el que fui elegido porque estrictamente no tengo nada que me identifique con los demás miembros del consejo”, se lee en la carta de Nogueira dirigida al comité ejecutivo. Al ángulo.

Amadu formó parte de los grandes equipos de la década del ‘90. Era el capitán. De logros importantes no por resultados, sino, por otro tipo de conquistas. Eran un equipo de amigos que se apoyaban a pesar de las adversidades. Habían intentado llegar a la fase final de la CAF de Túnez en 1992 con victoria ante Cabo Verde (4-1 en el global) y en la segunda fase, no pudieron con Sierra Leona, Argelia y Senegal. Dos goles en seis partidos y el sueño hecho añicos. Algo similar para la edición del ’96, tres partidos y abandono. 

Esas primeras aventuras compitiendo por el continente (no había participado en ninguna edición anterior desde el ‘74 al ‘92), además del desarrollo institucional y deportivo de la Federación, dejaron una perla que hasta el día de hoy sigue brillando. Un símbolo, casi tan importante como la bandera y el escudo. Una camiseta que representó a una época que se atrevió a romper con un paradigma de diseño textil y deportivo. 
Para encarar esas nuevas competiciones, la selección, no tenía quien la vistiera. Después de muchas negociaciones fallidas, la firma portuguesa Salliev, se encargó de diseñar los modelos para esos desafíos deportivos. 

La empresa, con base en Lisboa, vestía a equipos como el Porto, el Sporting (se puede encontrar en google una foto de un jovencísimo Cristiano Ronaldo con esa camiseta), Marítimo o a la selección de Costa de Marfil. Con una propuesta disruptiva, encaraba cada proyecto de manera audaz, acorde a la moda que se paseaba por Europa, disparada por los diseños de Nike o Umbro. Patrones, formas, tramas, marcas de agua, manchas, salpicaduras… cualquier objeto que sea capaz de sublimarse, era la base para generar estas piezas que se convertirían en trofeos para los cazadores de camisetas. Hoy conseguir una de esas Saillev de Guinea-Bisáu, es casi imposible. Ni uno de sus diseñadores, Rui Pereira, posee una.
“Fue una gran época. Todo valía. Ayudó mucho el avance de la tecnología y el uso de programas informáticos para desarrollar esos diseños. La empresa apostaba muy fuerte para confeccionarlos y nosotros le poníamos mucho amor. Creo que es por eso que perduran hasta hoy y todo el mundo les tiene mucha simpatía” me contó el artista una vez que lo entrevisté. “Nos juntábamos en equipo y debatíamos las ideas. Jugábamos con patrones. En este diseño en particular, generamos primero la base, esa “V” en rojo. Y al verla la sentimos vacía. Y un compañero propuso esa sobre impresión en blanco, medio grunge. Fue sensacional”. 

Eran años del segundo gobierno militar de João Bernardo Vieira. Electricista de formación, Vieira estaba afiliado al Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC), de Amílcar Cabral, en 1960 y se convirtió rápidamente en un elemento clave de la guerra de guerrillas del país contra el régimen portugués, de ahí el apodo “Nino” que lo acompañó el resto de su vida. Vieira juró como primer presidente democrático de Guinea-Bisáu el 29 de septiembre de 1994. Sin embargo, el descontento con su régimen marcó el inicio de la Guerra Civil Bisaoguineana y el 7 de mayo de 1999, Vieira fue derrocado. 

Pero antes de esos acontecimientos, en un partido clave contra Guinea en la clasificación al Mundial de Francia ‘98, ingresó a la cancha y junto al capitán, Mamadú Bobo Djaló, saludó, en un estadio 24 de Setembro repleto como testigo, a cada uno de los jugadores. Intimidante. Con su pulsera de oro característica. Como si sólo su presencia fuera a dar suerte. Y, ante la mirada atónita de varios jugadores, demostró, una vez más, cómo el fútbol, en su carácter más puro e inocente, paradójicamente, se transforma en un amplificador fulminante de propaganda política absurda.

De esas fotografías, no quedará para siempre el registro único de esa camiseta llena de sueños de campeón.

No importa cuándo leas esto, seguramente, este sucediendo. De nuevo. Como siempre.

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