[Especial para The Line Breaker] Cuando el 23 de marzo de 2019 Burundí empató, como local, ante la Gabón de Pierre Emerick Aubameyang, y se metió por primera vez en una Copa Africana de Naciones (CAN) todo era alegría en los festejos de Les Hirondelles –las golondrinas en kirundi, uno de los idiomas oficiales del país de África Oriental-.
Papy Faty, mediocampista de 28 años, corría para todos lados con la camiseta en sus manos apretando bien fuerte el puño y luciendo su espectacular cuerpo atlético propio de un jugador del más alto nivel. Aunque ya no lo fuera. Gritaba, sonreía y abrazaba al compañero que se cruzara por su camino en el césped del Stade du Prince Louis Rwagasore de Bujumbura, la capital de Burundí.
Faty lo sabía hacía tiempo, pero prefería negárselo a sí mismo. Casi un mes después de la histórica clasificación, la tarde en Swazilandia se tiñó de luto durante el partido entre el Malanti Chiefs y el Green Mamba por la liga doméstica, cuando Papy Faty, del Malanti, se desplomó en el terreno de juego. No era la primera vez que le pasaba algo así, pero sí sería la última. “No nos imaginábamos que serían sus últimos toques a la pelota”, dijo el malaui Innocent Jere, compañero de equipo en el Malanti Chiefs.
Faty estaba advertido de los problemas cardíacos que tenía, pero aun así siguió jugando hasta sufrir las peores consecuencias. No iban ni 15 minutos cuando se colapsó sobre el césped y fue trasladado a un hospital para llegar sin signos vitales y ser declarado fallecido.
Ya en 2015, mientras se desempeñaba en el Bidvest Wits sudafricano, tuvo episodios similares y llegó a caer de la misma forma en campos de juego de Johannesburgo. “Cuando estaba con nosotros colapsó dos o tres veces”, recordó pocos días atrás Gavin Hunt, su entrenador en la experiencia en Sudáfrica.
“Con respecto a su problema era algo reservado –recuerda Jere- así que la mayor parte del plantel no lo sabía. Un día me contó algunas cosas, pero me di cuenta de que nunca lo pudo aceptar”.
Faty llegó a jugar en ligas tan importantes como la de Turquía, pero tras conocerse su problemática varios clubes del continente africano rescindieron su contrato precisamente por su enfermedad cardíaca. Siguió jugando a pesar de los riesgos y así llegó al Malanti Chiefs. Era un líder nato, trabajador y motivador. Un plus para cualquier equipo según varios de sus últimos compañeros.
En una entrevista publicada el día antes de su muerte por el sitio sudafricano Soccer Laduma, el jugador confesó que un médico le había dicho que podría morir pronto si no dejaba de jugar. En 2016, el mismo sitio especulaba con un posible retiro de Papy Faty por sus inconvenientes de salud. Pero él siguió jugando y así llegó a Swazilandia, dónde murió en una jornada trágica que hizo rememorar casos similares de otros futbolistas africanos como Marc Vivien Foé o Patrick Ekeng. Antes de su muerte pudo cumplir el sueño de clasificarse con Burundí a una CAN.
Separado y padre de una niña, se negó a operarse para poder participar de la CAN. Los médicos le indicaron que debía ser operado cuanto antes y también alejarse de la actividad profesional, pero Papy Faty no tomó el consejo. Como la liga en Swazilandia es amateur, y no tiene controles tan estrictos, el volante burundés pudo continuar jugando.
Era un tipo de persona muy directo y un verdadero profesional que priorizó el deseo personal de seguir jugando por sobre su salud. Aunque de no haber sido por su corta edad o por el hecho de la proximidad con el inicio de la Copa África seguramente la noticia no hubiese impactado tanto en la familia del fútbol africano.
En el mundo del simbolismo, el vuelo de las golondrinas –como el apodo del seleccionado de Burundí- está relacionado con la libertad y, seguramente, allí donde esté, Papy Faty será libre para alentar a sus compañeros desde otro lugar y desde otra vida. Con la conciencia tranquila de haber dejado este mundo haciendo lo que más le gustaba: jugar al fútbol.
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