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jueves, 3 de octubre de 2013

Decisión determinante (Parte 1)

Tras "El mejor partido de mi vida", volvemos con los cuentos de fútbol africano, esta vez con un escrito de Daniel Pinal, un amigo de la ciudad bonaerense de Suipacha (Argentina). El mismo se desarrolla en Sierra Leona y cuenta la historia de un entrenador inglés que se traslada hacia el continente africano con la misión de dirigir al Central Parade. Estará dividido en dos partes.

[Por Daniel Pinal] Todo comenzó el 10 de octubre de 2006. Ese día sería el más importante de mi vida, en el que tomaría una decisión determinante, el momento en que mi destino empezaría a cambiar para siempre.

Mi nombre es John Newman, y fui director técnico en Inglaterra del Newcastle en los inicios de los 90, pero durante los años que dejé de entrenar mi vida ya no era igual. Necesitaba volver a dirigir, me había separado de mi mujer y mi relación con mis dos hijos era distante. Por todo eso necesitaba ocupar mi tiempo en algo, pero no sabía en qué.

El almanaque marcaba 8 de octubre cuando sonó el teléfono y escuché la voz de mi amigo Frank Anderson, un ayudante de mis tiempos de entrenador en el Newcastle. Me ofreció volver a dirigir, pero en un destino algo exótico y desconocido: Sierra Leona. Un lugar completamente diferente a lo que estaba acostumbrado. El club que necesitaba un entrenador era el Central Parade. “Esta experiencia es lo que vos necesitas John. Te aseguro que te va a cambiar la vida”, sostuvo Franck. “Lo pensaré”, le dije.

Ese llamado me hizo reflexionar en lo que podría ser un vuelco en mi vida, pero al ir a África, estaría lejos de mis hijos, aunque por otro lado sería una buena experiencia y me ayudaría a volver a sentirme útil desde el banco de algún equipo.

Me llevó dos días tomar aquella decisión determinante: finalmente me iría a dirigir a Sierra Leona. Se lo comuniqué a mi amigo diciéndole que en dos días estaría allá. El 12 llegué al aeropuerto de Freetown Lungi, y allí aguardaba Frank para llevarme hasta su casa, la que oficiaría de residencia en los primeros meses en el nuevo destino. Luego de un largo trayecto, llegamos y comimos benchi -plato típico del país, a base de guisantes negros y aceite-. Mucho no me gustó, pero tendría que acostumbrarme a ello si quería triunfar.

Al día siguiente me levanté temprano, desayuné y fui con mi amigo al club, donde firmaría el contrato para luego dirigir la primera práctica al mando del equipo. Al encontrarme con todos los jugadores del plantel les indiqué las pautas que quería que acataran. “Les pido que lleguen puntuales a cada entrenamiento y que trabajen duro para que tengamos buenos resultados y peleemos por el título”, recuerdo que fueron mis primeras palabras.

Frank quedó al mando de unos ejercicios tácticos ya que los conocía mejor. Desde el banco de suplentes observaba todo y hacía mis anotaciones para el día siguiente. Tras dos horas culminó el entrenamiento. “Mañana todos a las 9 en la cancha para empezar con la segunda práctica”, les dije. Ya en casa de Frank, mientras compartíamos la cena acompañada de una cerveza Star, intercambiamos opiniones sobre los jugadores y me acosté temprano.

Al otro día me levanté a las siete y media, desayuné y partí hacia el entrenamiento, ya que quedaba cerca de donde vivía. Ya en el club, los jugadores fueron llegando poco a poco pero algunos se atrasaron. “Tendré que volver a hablarles sobre la puntualidad que exijo”, pensé para mis adentros. Pero uno de los referentes llegó cuarenta y cinco minutos tarde, cosa que no podía permitir. Era muy riguroso y me gustaba que se cumplieran las reglas que establecía. Hablé con Lasana Sanko, así me dijo que se llamaba, y le aconsejé que no volviera a llegar tarde. Pidió perdón con respetuosidad y luego se puso a entrenar a la par de sus compañeros. En el campo era el mejor de todos, tenía mucha potencia, una buena habilidad y pedía todas las pelotas. Finalizó la práctica y volví a repetir que quería que llegaran a horario, sino no jugarían en el próximo partido, que era a los tres días.

Llegamos al barrio Congo Town, donde estaba la casa de Frank, nos pusimos a hablar de lo sucedido con Lasana y de sus condiciones, que por cierto eran fantásticas. ”Es muy habilidoso pero si sigue llegando tarde lo tendré que dejar afuera del once titular. Debe ser un ejemplo para los demás”, le comenté. “No tenés que ser tan estricto, acá sé vive diferente”, me contestó; a lo que repliqué que yo tenía mis reglas y que no las iba a cambiar.

Al día siguiente se repitió la misma historia, Sanko llegó tarde de vuelta pero esta vez treinta minutos. “Debes mejorar el tema del horario sino ya sabes lo que va a pasar”, le recordé. Se volvió a disculpar y se sumó al “loco” que hacía el resto del plantel, donde siguió dando muestras de su calidad, tanto que muchos lo llamaban Kallon –por el sierraleonés que triunfara en el Mónaco y el Inter-.

“Por respeto a tus compañeros no podés seguir haciendo esto. Fui claro y sabes que ahora no serás titular”, le comuniqué. Lasana agachó su cabeza y se sumó al grupo aceptando mi decisión. Tras la práctica di los once titulares que jugarían al día siguiente y, obviamente, no estaba Lasana Sanko entre ellos. Hubo caras de sorpresa ante tal determinación pero tenía que servir de ejemplo para los demás.
El día del partido todo era fiesta, en las calles y en el estadio. Sonaban los tambores y los cantos que alentaban a los equipos. Pero yo estaba concentrado en el partido, como siempre, lo único que me importaba era como íbamos a encararlo. Le comuniqué a mis jugadores el planteamiento que quería. No sé bien si entendieron, sólo querían salir a jugar. En el campo aguardaba el último campeón, el Ports Autorithy.

El equipo contrario dominó el trámite del juego y mis muchachos no podían hacerse del balón. Nos fuimos al descanso perdiendo 2 a 0. “Tenemos que cambiar la actitud, sino nos van a seguir pasando por arriba”, les dije luego de anunciar dos cambios, uno de ellos era el ingreso de la figura de mi equipo, Lasana. Cuando advirtieron su presencia en el terreno, los hinchas comenzaron a corear el nombre de Lasana. Él entró enchufado y eso dio ánimo al resto. Todos salieron más concentrados a jugar, pero el contagio que generó Lasana a través de sus ganas, su habilidad e incluso un gol, fueron en vano y caímos 2-1. Al llegar a casa de mi amigo analizamos juntos el partido. “No te preocupes tanto, es solo una caída”, me consoló. Yo no podía, mi personalidad no me permitía bancarme una derrota, era muy exigente conmigo mismo.

La semana que siguió fue igual, con las asiduas llegadas tarde de Sanko, que hacían que no lo incluyera entre los titulares en mi segundo partido al mando del Central Parade, de visitante y ante el Bo Rangers, en la ciudad de Bo –la segunda más importante del país-. Nos recibió un ambiente similar al de mi debut, con alegría y color en las tribunas. Arrancamos 1-0 abajo y en el complemento hice ingresar a Lasana, que fue figura otra vez. No alcanzó y caímos 3 a 0.

Con dos derrotas a cuestas, en la cena de esa noche no podía ocultar mi enojo. No le encontraba el rumbo al equipo. “Tendrías que probar con Sanko desde el inicio”, me recomendó Frank. “No puedo hacer eso, yo puse una regla y no la voy a cambiar”, le contesté. “Sos muy testarudo. Las reglas están hechas para cambiarlas”, me replicó tratando de hacerme entrar en razón.

En el transcurso de la semana hable con mis jugadores muy seriamente diciéndoles lo que tenían que hacer para ganar aunque sea un partido. La tercera tenía que ser la vencida. Recibíamos al Diamond Stars. Tuvimos muchas ocasiones de gol y al minuto 22 nos pusimos en ventaja, pero casi sobre el final la visita alcanzó el empate. En el entretiempo no oculté mi enojo porque habían dejado libre al jugador más alto de ellos que cabeceó solo al gol. Tras unos minutos me calmé y salimos con todo. Hubo buena actitud y Lasana –que había ingresado- logró el 2 a 1. Pero otra vez sobre el final, después de una mala salida desde el fondo, nos empataron en el último minuto. Me fui muy enojado con mis jugadores por ese error infantil y en la charla post partido no pude evitar reprochárselos.

Me fui a dormir pensando en el partido, más calmado pero no pudiendo entender aquellos errores infantiles en mis jugadores. Los días posteriores practicamos la faceta defensiva porque nos esperaba un partido fuera de casa en el que quería ganar por primera vez.

El día del partido mis jugadores entraron concentrados, pero el Gem Stars manejaba bien la pelota y al finalizar el primer tiempo ya nos ganaba 2 a 0. Decidí que entrara Sanko, pero no cambió el resultado y perdimos 3 a 0. Esta vez no fue por errores, sino porque el rival jugó mejor, no podía reprocharles nada a mis jugadores, hicieron lo que podían.

Los partidos pasaban y seguíamos sin ganar. Estaba desalentado y para colmo se venía el duelo contra el FC Kallon, el puntero. Me sentía confiado y con ganas de dar el golpe y así poder ganar mi primer partido nada menos que ante el primero. Junto a Frank intensificamos los entrenamientos y charlé mucho con mis jugadores.

Continúa en Decisión determinante (Parte 2)

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