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lunes, 22 de abril de 2013

El fútbol luchó contra el apartheid

(Miguel Ángel Lara en Marca.com) Desde la playa de Ciudad del Cabo se puede distinguir el contorno de Robben Island, la isla en la que el apartheid levantó su mayor centro carcelario y de represión. Hoy es un museo que representa lo mismo para la población negra de Sudáfrica que lo que puede ser Auswitch para los judíos.

Por sus celdas pasaron la práctica totalidad de líderes negros, incluido Nelson Mandela, que habían hecho de la lucha contra el sistema racista dominante en su país su forma de vida.

El Apartheid se vanagloriaba ante el mundo de que en sus cárceles se respetaban los derechos humanos y ponía como ejemplo que cada sábado los prisioneros podían exponer al jefe de los guardianes sus quejas. Sábado tras sábado se repetía la misma farsa: el funcionario hacía entrar a los prisioneros para oírles hablar de la falta de comida, ropa o duchas mientras él seguía leyendo o escribiendo. Nada de lo que allí se demandaba se lograba.

A finales de 1964, los reclusos comenzaron a reclamar que se les permitiera jugar al fútbol. Los carceleros se tomaron aquello como una broma, pero sábado tras sábado la misma cantinela acabó provocando el hartazgo del responsable de los represores. Así, el jefe tomó una decisión: todo aquel que llegara con la reclamación de jugar al fútbol sería sancionado con dos días sin comida. Tenían claro que aquellos hombres famélicos no iban a renunciar a su mísera ración por ponerse a jugar al fútbol.

Pero los presos fueron tercos, inteligentes y solidarios. Decidieron que cada sábado sería uno el encargado de anunciar al policía la reclamación de jugar al fútbol, eliminando de esa rotación que equivalía a dos días de hambre a los ancianos y los más débiles.

Si los presos eran tozudos, el apartheid también. Las peticiones de jugar al fútbol y los dos días sin nada llevarse a la boca para quien lo hacía se convirtieron en una rutina hasta 1966. Entonces una delegación de la Cruz Roja se presentó en la isla y, aunque se les quiso pintar todo de rosa, acabaron por acceder a los presos y saber sus privaciones. El permiso para poder jugar al fútbol con libertad sólo llegó a través de las peticiones de la Cruz Roja, cuyos informes de lo que pasaba en Robben Island eran generalmente obviados en Pretoria.

Entre todas las denuncias presentadas a la opinión pública, el gobierno racista sudafricano vio el cielo abierto cuando creyó que permitiendo jugar al fútbol a los presos lavaba su horrenda imagen en el mundo. Y tomo una decisión: cada sábado se podía jugar un partido de media hora.
Seguro de que los prisioneros, extenuados, hambrientos y mal vestidos, acabarían aborreciendo el deporte, una ventosa tarde de 1967 sacaron a 22 hombres del bloque 4 entre los que habían pedido jugar y se disputó el primer partido en Robben Island, el que enfrentó a los Rangers contra los Bucks, nombres elegidos por los prisioneros.

El error de cálculo de las autoridades fue mayúsculo. El permiso para poder jugar al fútbol derivó en la creación de una liga y en la formación de equipos entre los prisioneros, que encontraron en el fútbol una forma de organizarse políticamente. Nacieron ocho equipos. A siete de ellos sólo se podía acceder dependiendo la rama política a la que se perteneciera, Sus nombres eran Rangers, Bucks, Hotspurs, Dynamo, Ditshitshidi, Black Eagles y Gunners. Sólo uno, el Manong, estableció en sus estatutos que cualquiera podía integra sus filas.

Cada equipo, dependiendo de la habilidad de sus miembros, tenía tres categorías, A, B y C. Había nacido la liga en el infierno de Robben Island, y con ella el germen de los partidos y grupos que más de tres décadas después acabarían con uno de los sistemas políticos más vergonzosos de la historia de la humanidad.

Mandela nunca jugó esos partidos, pero sí ayudó a que se fuera desarrollando una liga llamada Makana, que hoy es miembro honorario de la FIFA. El balón, a escondidas, se convirtió en una forma de rebelión contra el gobierno racista ideado por Verwoerd. Jugando con pelotas de papel o de lo que encontraran en las celdas, los presos se jugaban ser castigados, por ejemplo, con varios días sin comer. “Al principio teníamos que jugar a escondidas, en nuestras celdas, fabricando los balones con papeles, ya que estaba prohibido. Si nos descubrían jugando nos castigaban de varias formas, como no darnos de comer”, explicaba a FIFA Tony Suze, uno de los presos de la isla.

El fútbol iba más allá de los partidos. La biblioteca de la prisión comenzó a llenarse de literatura deportiva. La estrella era ‘Soccer Refereeing’ (‘El arbitraje en el fútbol’), una obra de Denis Howell. La obra del político laborista británico, que escapó a una bomba del IRA en su coche y que era un enemigo abierto del racismo del gobierno de Pretoria, se convirtió en el segundo libro más leído en Robben Island por detrás de ‘El Capital’. Los guardianes de la prisión no censuraban la obra de Karl Marx pensando que con ese título los presos consultaban una obra que iba hacer entender a los comunistas que estaban equivocados.

Mandela era el preso estrella, el gran enemigo del régimen. Aislado en un módulo especial, ante su celda levantaron un muro cuando vieron que cada sábado podía ver como otros presos jugaban al fútbol. Ni eso le permitieron. Oía a sus compañeros de cárcel jugar, pero no los veía. Todo lo que fuera minar la moral del gran líder del pueblo negro valía.

En 1993, en la Universidad de Cabo Occidental, el profesor Chuck Korr encontró una serie de cartas sacadas de Robben Island en las que descubrió cómo se formó la Makana y cómo los presos habían organizado una liga perfectamente estructurada siguiendo escrupulosamente el reglamento de la FIFA. Separados ideológicamente, los encarcelados del Congreso Nacional Africano y Congreso Pan-Africano encontraron en el fútbol puntos de unión que hasta entonces apenas habían tenido. Fue una forma de rebelarse de manera organizada contra sus carceleros y el gobierno.

Por todo eso, cuando Nelson Mandela apareció en el césped del Soccer City -foto- antes de que España y Holanda jugaran la final del Mundial el 11 de julio de 2010, un estremecimiento recorrió el cuerpo de los que con él habían compartido años de infierno en Robben Island, lugar horrendo en el que el fútbol ayudó a hombres que eran tratados como animales.

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