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jueves, 14 de julio de 2011

El racismo, una cuenta por saldar

[Vía Elmundo.es] “Si eres negro tienes que ser muy bueno, excepcional, para que te den la oportunidad en un equipo profesional en Ciudad del Cabo”, explica Xolile Mateza, uno de los impulsores de un peculiar club y academia de fútbol que juega en la Tercera División sudafricana. Habla del color de piel, sin más, dividiendo oportunidades entre blancos y mestizos y “ellos”. Es una peculiaridad de esta zona del país, que en Johannesburgo la ecuación es inversa (allí son los mestizos y blancos los que lo tienen más complicado). Política, sociedad y deporte. Ese es el fútbol real que ha quedado de herencia en Sudáfrica tras el exitoso Mundial. Nada ha cambiado, siguen las trincheras partiendo las gradas.

El Cape Town United es un equipo que juega en la Township (barriada) de Langa. Creado en 2002 por un grupo de diez amigos que salieron del mismo barrio y que hoy con mejores trabajos han decidido “hacer algo por los nuestros”. El club/escuela cumple todos los tópicos del deporte en las “zonas jodidas”: sacar a los chicos de las bandas y las drogas y que sueñen con ser una estrella del arte del balón para pagar pucheros de barro o de mármol.

La peculiaridad aquí es el concepto. “Creamos un equipo de africanos para tener la oportunidad de jugar”, incide Xolile, como si la respuesta la diera desde el centro de Europa. “Los equipos profesionales de Ciudad del Cabo no quieren negros jugando y que ganen dinero. No les gusta que mejoremos”, explica el entrenador Monwabisi Allen. Para hacer algo más complicada la aritmética de la denuncia mezclan el color y el pasaporte. “A los negros de otros países sí les dan la oportunidad”.

La escuela de fútbol es uno de esos proyectos generosos que parecen un milagro. Tienen que alquilar el campo municipal para poder entrenar a los críos de entre 9 y 17 años. El suyo, perteneciente a un colegio próximo, es un pedregal en el que hay hasta arbustos, rodeado de una alambrada de espino y donde cuesta mantener el equilibrio andando. Parece más el patio de una cárcel. “Ahí era imposible no lesionarse. Aquí lo complicado es pagar los 60 rands (seis euros) que nos cuestan las dos horas de alquiler por grupo”, explica Monwabisi. No tienen patrocinadores ni ayudas oficiales. No cobran entradas ni pagan a nadie. “A veces pasa por aquí un chico que nos pide dinero para jugar con nosotros. La respuesta es siempre la misma: vete a otro lado”, afirma Xolile.

La sesión de entrenamiento se desarrolla, por tanto, en un lustroso campo municipal en el que sólo algunos condones usados junto a la línea de banda y algo de basura recuerdan el lugar en el que estamos. Monwabisi señala la casa de uno de los jugadores más importantes de la historia de Sudáfrica, Benni McCarthy. “Está ahí, justo al otro lado de la carretera. Es zona de mestizos”, explica como si con ese dato se entendiera que la distancia es de miles de kilómetros. Lo dice con orgullo y con cierta lejanía.

Justo detrás del campo hay sorprendentemente unos chicos del barrio perfectamente equipados jugando al “aristocrático” cricket. “Tuvieron mucha suerte, hace unos años vino un inglés, John Passmorre, con un camión y equipó a todo el mundo para que pudieran jugar cricket. Eso es lo que nosotros necesitamos”, dice el míster. “Nos gustaría que nos ayudara el Real Madrid. Vestimos de blanco porque cuando creamos el club en 2002 era la época de Zidane y compañía”, comenta el míster. ¿Qué os hace falta? Monwabisi mira, sonríe y dice “de todo”.

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